Jeremy Narby, de la ciencia a la conciencia

Un joven antropólogo, mochila al hombro, se aventura en el continente americano. Recorre las sinuosas carreteras, camina sobre pedregales y caminos embarrados, unas veces en autobús o en coche, otras a los lomos de caballería. Días después del comienzo de su viaje llega a la selva peruana. Ha acudido allí con la ilusión de investigar sobre el terreno para su tesis doctoral, que la ha enfocado hacia el buen éxito de los cultivos tradicionales de los pueblos de la zona frente a los usos occidentales. Sin embargo, ante sus ojos académicos, un universo nuevo de secretos ancestrales y vivencias inexplicables desde la mirada de la razón lo conducirán a dar un giro copernicano no sólo a la genealogía de las diferentes culturas pre y postcolombinas, sino también a la naturaleza del cosmos y de la revelación humanas.

Jeremy Narby se adentró en el Amazonas peruano en 1985 para saciar sus ansias académicas y descubrió algo mucho más grande, enorme y trascendente que hasta entonces había sido menospreciado por la mayoría de antropólogos reconocidos por la ortodoxia científica. Aquellos pueblos selváticos, último reducto de algunas de las culturas más ancestrales del planeta, poseían unos conocimientos prácticos imposibles de alcanzar sin el desarrollo técnico que los hubiera podido haber impulsado. ¿Cómo era posible que aquellas gentes, sin revolución científica, que despreciaban incluso el procedimiento estricto de la metodología que asumimos en occidente, hubieran solucionado casi a la perfección muchos de los problemas de su comunidad? La respuesta la repiten ellos mismos: las plantas les hablan. Concretamente, mediante un preparado alucinógeno, la ayahuasca, tan venerado como custodiado, y que su sola elaboración sin conocimientos bioquímicos y botánicos supone ya de por sí un desafío intelectual. Dos sustancias químicas de comprensión compleja, debidamente mezcladas, para producir un determinado efecto sobre la mente y obtener, mediante él, revelaciones que, en palabras de Narby, se deslizan durante ese festival de vómito, imagen y encuentro más allá de los sentidos ordinarios.

Portada del libro La serpiente cósmica – Errata Naturae

La serpiente cósmica es un ensayo escrito con la fortaleza de la prosa literaria, pero manteniendo la meticulosidad del buen trabajo científico. A lo largo de sus páginas y capítulos, Narby se esfuerza por trazar una indagación transversal sobre lo que vivió, aprendió y comprobó de la mano de los pueblos peruanos amazónicos. La serpiente como símbolo universal que atraviesa las diferentes culturas del planeta sin que exista una conexión sincrética entre ellas. La idea de conocimiento, revelación o iluminación asociada al reptil, que susurra la verdad al oído de quien no es capaz de obtenerla por sí mismo. Las plantas como mecanismo -más allá del rito para curar, obrar y comprender la realidad. El antropólogo canadiense propone al lector un aperturismo mental hacia nuevas formas de mirar la realidad más allá de las limitaciones de la ciencia. Y no es que invite a sus semejantes a drogarse con ayahuasca, sino simplemente a saber, de manera objetiva y crítica, que la capacidad humana para conocer alcanza más allá de la metodología para alcanzar objetos del conocimiento que aún en nuestra época nos resultan insospechados.

Errata Naturae publica en castellano este preciado ensayo de Jeremy Narby con la traducción del inglés de Alberto Chirif. Porque La serpiente cósmica es un libro que atrapa, que es capaz de aportar datos de inmensa fidelidad sin aburrir al lector. Sólo hace falta una mente despierta para embarcarse en una obra que abrirá las miras de quien desee ensanchar las suyas.

Por David Lorenzo

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