¿Por qué construimos murallas?
Desde hace siglos las murallas han protegido a la humanidad de la amenaza que representaba el exterior. La muralla china por ejemplo protegió al país de varias invasiones extranjeras desde el siglo V a. C. En la Edad Media servían también para demostrar la fuerza militar y económica de un reino o delimitar un territorio regido por una legislación. Sin embargo, entrada ya la Edad Moderna y con la incorporación de la pólvora junto a las nuevas técnicas de asedio fueron perdiendo paulatinamente importancia hasta quedar obsoletas.
Wendy Brown en su libro Estados amurallados no cree que las murallas sean cosa del pasado y realiza un análisis filosófico muy crítico sobre el papel que desempeñan las murallas hoy en día en nuestras sociedades. En el presente, las murallas no se encuentran en los límites de las ciudades o en puntos estratégicos clave, sino que se encuentran en las fronteras de los países. Por ejemplo, las vallas que separan España de Marruecos o el muro que Trump quiere construir entre EE. UU. y México. Estas murallas para Wendy Brown aspiran a cumplir la función elemental para las que fueron inventadas muchos siglos atrás. Sin embargo, el enemigo a contener ya no son ejércitos extranjeros que vienen a conquistarnos, sino que son pobres en busca de una vida mejor.

Las murallas cumplen la necesidad de establecer un interior y un exterior. Imaginemos la seguridad del interior de un hogar frente a la inseguridad del exterior. Sirven para ver al de afuera, al extranjero, como un invasor que viene a quitarnos el trabajo, a violar a nuestros compatriotas o a poner nuestra propia cultura en cuestión. El nosotros frente al ellos. Brown esta señalando aquí una función doble de la muralla. Por una parte la de intentar controlar las fronteras físicas de una forma más efectiva por parte del Estado y, por otra, la capacidad de poder articular un lenguaje político que busque cohesionar y ensalzar una identidad propia a través de la oposición con aquel que se encuentra en el exterior de nuestro hogar.
Esta idea de construcción de un nosotros frente a un ellos es fuertemente criticada por la autora, pues debilita la capacidad de tolerancia y la democracia de nuestras sociedades y las encierran tras un muro. Además, los muros para la filósofa son pura ficción, pues no cumplen de forma efectiva con lo que se espera de ellos. El porcentaje de inmigración que se introduce a través de las fronteras físicas es mínima, entonces nos surge la pregunta: ¿para qué están pensados esos muros? Como hemos señalado, intenta satisfacer una necesidad psicológica de seguridad. La idea es intentar hacer ver a la población que el Estado los está protegiendo de algo que les amenaza.

Brown como pensadora estadounidense analiza sobre todo la realidad propia de las fronteras de su país, especialmente la de México. En este contexto la autora critica que la ciudadanía también es responsable de la violencia que se ejerce en las fronteras. Para ella las fronteras son un lugar de violencia. Como ejemplo de esta complicidad, señala a las cámaras que vigilan la extensa frontera y a las que la ciudadanía tiene acceso para avisar en caso necesario a las autoridades.
El negocio y la riqueza de ciertos sectores económicos dependen del trabajo en semi-esclavitud de estas personas. Si tan perjudicada la sociedad se viera con la llegada de inmigración, dice Brown, lo que se debería hacer es mejorar las condiciones de los países emisores de emigrantes. La muralla representa cierta hipocresía. Por un lado, impide el paso de estas personas y, por otro lado, el sistema se sirve de ellas para poder seguir generando grandes beneficios.
Desde la globalización la idea de identidad nacional cada vez está más disuelta, más difusa. Sin embargo, muchas personas siguen necesitando verse dentro de una comunidad cohesionada y definida por unos conceptos culturales y sociales muy claros con los que poder identificarse. Así pues, Brown considera que una de las funciones principales de la muralla es la de satisfacer esa necesidad de «identidad nacional» que la globalización está disolviendo.
Por Adrian Moros (@adrixtercio)
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