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La ruta de la seda llega a Mauritania

La llamada a la oración sincronizada desde todas las mezquitas y el intenso sol que cae en Nuakchot, desde primera hora de la mañana sustituyen la dependencia diaria del despertador. 

Tras un indispensable té y mojando pan en una combinación de aceite y miel, el primer vistazo de mi primer día en Mauritania, descubre el barrio popular de Ein Talha. El extenso laberinto de calles sin asfalto, que pondría en aprietos hasta a los exploradores con más ávidas dotes de la orientación se bate en duelo con las dunas de las afueras de la ciudad, que intentan recuperar el terreno perdido en escaramuzas diarias y con batallas épicas cuando sopla el siroco. Pese a todo, las legiones de niños cortando calles para sus juegos; la mezcla de vestidos coloridos de mujeres árabes y afros; así como  los rebaños de animales en plena urbe y el tráfico en barahúndas de todo terrenos para los pudientes y furgonetas destartaladas para los demás, levantan la capital mauritana cada día.  

Calle del barrio popular de Ein Talha en Nuakchot

De nuevo, el apego con los saharauis, me dio la fortuna de ponerme en contacto con la familia de Brahim y Sarah, residentes en la capital mauritana. Con Brahim nacido en Dakhla, y políglota curtido por años de duro trabajo en Canarias o Reino Unido tengo las primeras conversaciones sobre un país, que parece más amable con las puertas de su casa abiertas, pero que realmente es una incógnita y asusta a los recién llegados.

La hospitalidad de la familia apremia a que tengamos que salir temprano a por doradas y el “vino mauritano” para celebrar el encuentro. Oportunidad para hacer camino y aprender de la sucesión de barracas; tiendas tradicionales de alfombras, teteras o de ropa con darras y melfas; comercios de segunda mano de electrodomésticos y televisores llegados en containers de Europa; hasta llegar al mercado, donde dentro de un zoco laberíntico nos atienden pescaderas con machete e improvisados catres en sus puesto. Pese al caos mental del recién llegado, los gremios por comercios y nacionalidades están muy organizados. Destaca, por ejemplo, el mercado de mujeres solteras y divorciadas con hijos, que durante décadas se ha organizado en una calle de la capital para salir adelante.

La modernidad, también se está haciendo paso en Mauritania. Se percibe en el salto de los barrios populares al centro de la capital. Grandes tiendas de telefonía, bancos, calles cuidadas por la presencia de Embajadas, Universidades o edificios gubernamentales, así como los curiosos negocios dedicados a vender herramientas, además de motores para obtener y encontrar oro en el norte.

 El periodista de El País, José Naranjo, un gran conocedor del África Occidental, llamaba a la inversión en infraestructuras, como las llevadas a cabo en el nuevo Aeropuerto Internacional de Nuakchot, el Salón de Congresos o en el adorno de Avenidas, como el “crecimiento por Cumbres” traducido al adorno de la casa cuando vienen visitas. Mientras los mauritanos continúan con servicios importantes sin cubrir o con carreteras de las principales rutas de transporte atestadas de baches, contrasta con el único tramo de autovía del país que conduce del aeropuerto al salón  de congresos, que se inauguró para un plenario de países y Jefes de Estado de la Unión Africana. 

Niños jugando en las calles de Nuakchot

De todas formas, pese a que en la guerra por la modernidad o en el fomento entre países africanos, le lleven bastante ventaja vecinos como Argelia o Marruecos, con bastantes limitaciones de por si también, el régimen de Mohamed Oul Abdelaziz parece que ha conseguido una estabilidad política desde que en agosto de 2008, con él a la cabeza llevaran a cabo un golpe de Estado, el undécimo desde la independencia del país en 1960. Desde entonces y especialmente de unos meses a esta parte, el que fuera considerado un país precario e inestable está forjando alianzas regionales de gran calado, como el acuerdo comercial y la apertura de una ruta Argelia-Mauritania o el aproximamiento a una figura clave del continente, Paul Kagame, Presidente de Ruanda. 

Las alianzas bilaterales aun así siguen sin alterar la vida de los mauritanos y los subsaharianos que atraviesan el país rumbo a Europa. Es el caso de tres senegaleses con los que comparto ruta hasta el norte del país, para dirigirme a Nuadibuh. 

La etapa, en una furgoneta llena hasta la bandera se adentra en el desierto mauritano por una vieja carretera, que llega a desaparecer en el ecuador del camino en algunos tramos por la arena de las grandes dunas, pese a que es una de las vías más transitadas del país.

Entre los cientos de kilómetros entre las dos ciudades, solo hay un alto en el camino y apenas en las cercanías de las urbes se vuelven a ver poblados. Los rastros de vida apenas se dejan ver por cabañas de madera abandonadas y batidas por el viento en 45 grados o por algún checkpoint de la Gendarmería mauritana. 

Antes de llegar a la ciudad, que está dentro de Cabo Blanco, los tres senegaleses se bajan en el cruce que lleva a la frontera del Guerguerat. A ellos todavía les quedan días de viaje atravesando el Sáhara Occidental, Marruecos, el Estrecho, España y Francia. En ese cruce, también se ve por primera vez la estructura del inmenso tren kilométrico que une el puerto de la ciudad, hasta las minas del oeste mauritano  en Zouerat. Una línea formada por un esqueleto de cuatro kilómetros de vagones de hierro y que es la única línea de transporte hacia el interior del país para miles de mauritanos, a la que acceden subiendo directamente a los carruajes vacíos en el viaje de ida al desierto y llenos de minerales y fosfatos en la vuelta hacia mar. 

Este primer contacto con el expreso mauritano es una inyección de energía para el viaje, ya que fueron meses y meses los que pasé investigando mapas, crónicas y vídeos eternos de la sucesión de los vagones, imaginando pasar los horizontes en el gigante de hierro a través de las dunas y pasando de noche a la lumbre del té y sorteando el viento. 

Hasta la partida tengo tres días en la ciudad del norte. Un breve paseo deja claro que es la capital económica del país. En su peculiar “Gran Vía”, frente al Consulado de España, inundan las tiendas carteles en chino, así como su población que se ha hecho un hueco en la clase media y alta de la zona, como en tantas otras urbes africanas. También el cartel en el idioma del gigante asiático informa de la propiedad por un grupo chino del mayor complejo industrial de la ciudad, muy pegado al final de la línea que transporta los minerales del interior a la costa. 

Una realidad que como cuentan periodistas y expertos, ya es norma general en el continente. La ruta de la seda ya tiene escaparates en cientos de infraestructuras africanas, desde puentes y carreteras a la Sede de la Unión Africana. 

También en África, Pekín ha abierto su primera base militar fuera de sus fronteras, en Djibuti. Sobre todo, se va acomodando cada vez más población china que invierte en el continente aprovechando que de primeras no hay tanta hostilidad en determinadas zonas como le ocurre a franceses o británicos por su pasado colonial. Además se benefician de los acuerdos bilaterales entre Pekín y los distintos Gobiernos africanos, que les ofrecen mejores créditos que el FMI (Fondo Monetario Internacional), a cambio de que estos no reconozcan a Taiwán. 

Veía en Nuadibú, la constatación de mis primeros pasos de viaje, cuando antes de partir, en la terminal parisina del aeropuerto dirección África, en la cola de embarque a Túnez, Mali, Mauritania, Nigeria, etc… Se encontraban trescientos asiáticos y un servidor. 

Pero la internacionalización de Nuadibú no mira solo a Asia. En sus calles también se encuentran restaurantes con nombre como El Quijote o el Nómada, rincones donde se habla español por la comunidad allí afincada y dedicada a negocios como la pesca. También no muy lejos de allí, se vislumbra La Güera, una ciudad colonial española y que actualmente se encuentra en ruinas por el abandono de los españoles del Sáhara Occidental en 1975. En las puertas de los edificios siguen las huellas del paso del país, como escudos con el águila franquista o rótulos que informan de los dispensarios de la época. 

Quedarnos casi rozando aquel sitio me deja un poso de nostalgia y vuelve a recordar que el conflicto sigue estancado. Hoy en el pequeño municipio donde paseaban las familias españolas y saharauis solo hay silencio, en una franja de nadie que se extiende decenas de kilómetros hasta el Guerguerat.  Un silencio que algunos antiguos pobladores como Lara Albuixech tratan de vencer desempolvando los recuerdos familiares de la época en que los cañones franceses de Nuadibú apuntaban a la España colonial de La Güera. 

Estos pocos días en Mauritania no paran de sorprenderme y enseñarme que no se puede infravalorar lo que está pasando en África. Mauritania es un reflejo de que las ruinas coloniales se quedan almacenando polvo, mientras nuevos gigantes se acercan a un país que ha salido adelante por el duro trabajo de un pueblo con todo tipo de condiciones en contra. Se acercan los días para sumergirme en su interior a través de su esqueleto de hierro. 

Por Jesús Guerra (@LasPurnas)

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