Del verde de Argel, al desierto de Tindouf

Aterrizar en Argelia, significa arribar al país más grande del ya inmenso continente africano, aunque en la mayoría de su territorio la supervivencia sea un desafío solo al alcance de los mejores nómadas e hijos del desierto. Argelia también es el gigante que ha logrado que su economía fuera de las más prosperas del norte de África de espaldas al turismo, sirviéndose solo de la planificación estatal del gas y el petróleo. En Argelia, su Presidente, Abdelaziz Bouteflika (81 años), es capaz de revalidar su poder pese a no aparecer apenas en público desde que en 2013 sufriera un derrame cerebral. Argelia, es un país que ha sido capaz de impresionar al mundo con películas sobre su relato histórico como La batalla de Argel, con importantes premios cinematográficos y colaboraciones como la de Ennio Morricone, y sin embargo, vivir en práctica soledad el trauma por sus heridas recientes.

Cartel electoral del partido de Gobierno en Argelia

Argelia no se puede comparar con su entorno, porque Argelia es un enigma y a partir de sus secretos, han construido una fortaleza frente al exterior.
Mi primer contacto con la bahía de Argel fue gracias a mi amigo Nadjim, un joven bancario, que ha salido muchas veces a Europa de turismo y está encantado de recibir en su casa a los que hacen el trayecto inverso, especialmente a jóvenes si es para compartir conversaciones, desde fútbol y las inquietudes de la edad, hasta por los temas más importantes de Argelia y el mundo.
Desde el último piso del gran bloque de apartamentos donde vive, defino el rumbo hacia el barrio de Al Madania, donde tras sus calles, rodeadas e invadidas por el verde de la vegetación, se levanta el memorial a los mártires de la independencia. El lugar, que ocupa un hueco privilegiado y céntrico de la Bahía, está repleto de argelinos, como en el resto de la ciudad, sin ningún turista extranjero.

Su museo es un lugar de peregrinaje para las excursiones escolares y los visitantes del resto del país y pese a su aire ochentero, es una referencia emocional para los herederos del Frente de Liberación Nacional, el movimiento que luchó por la independencia de Francia desde 1954 y que sigue gobernando el país. Precisamente, el FLN, ha logrado combinar la brutalidad de la recreación de las torturas de los militares coloniales o las colecciones de armas y relatos de las batallas para el recuerdo, con el ocio y las actividades de entretenimiento para niños en el exterior. Y es que las fórmulas para atraer al pueblo, parece que son iguales en todos los países.

Muy cerca de allí, se encuentra el Boulevard Cervantes. En buena hora llegó el homenaje, pensaría nuestro escritor que pasó allí 5 años de cautiverio con intentos de fuga dignos de película. Para llegar hasta el centro, la mejor forma de hacerlo es en el moderno suburbano de Argel. La salida por la Place de la Grande Poste es un viaje en el tiempo girando el reloj un siglo atrás.
La plaza con quioscos de flores, las terrazas de las teterias y los edificios coloniales perfectamente conservados son un escenario de película, con el plus de que el centro histórico y sus barrios no están hechos para los turistas. Al contrario que en la mayoría de las plazas de las capitales europeas, el centro y sus calles pertenecen totalmente a los argelinos, que además desde la independencia, se ha llenado de la cultura nativa, pastelerías y tiendas tradicionales, como las galerías junto a la Bab (Puerta) Azzoun o rincones de música espontánea, como en la esquina de la rue 19 mai du 1956.

Vista desde el Boulevard Colonel Krim Belkacem a la Bahía de Argel

Aunque sin duda, por méritos propios, el lugar más especial de Argel será siempre la Qasbah. Y es que su referencia como cuna y epicentro de las escaramuzas y protestas de los argelinos por su independencia, ponen los pelos de punta al visitante que recorre sus estrechas calles, atravesando los pasadizos por los que es fácil imaginar cientos de escondites para ojos espías, y por dónde también es difícil recordar la salida o camino de vuelta si se es forastero. Un obstáculo en la batalla, que se revierte con el acogimiento de los que viven allí y con los momentos de tomar aire vislumbrando toda la ciudad desde sus terrazas, cuando la visita es de igual a igual y con respeto.

Del verde de Argel, al desierto de Tindouf

Un viaje por el que ojalá nadie lo tuviera que haber tomado nunca, el que en esa región del desierto argelino vivan desde hace cuatro décadas en campamentos de refugiados, cientos de miles saharauis, rehenes del destino y la geopolítica, desde que España se marchó en 1975 de la que hasta entonces fue su colonia, el Sáhara occidental, mermando la paz y el futuro de sus habitantes.

La diáspora de los saharauis, que ya ha marcado a cuatro generaciones, ha pasado momentos muy duros, especialmente durante la guerra con el reino alauí de Hassan II, que se prolongó hasta 1991. Hoy los principales golpes vienen de la mano del cambio climático, cuando se producen lluvias torrenciales casi cada pocos meses, en una zona donde la lluvia se contaba por años, y principalmente, del silencio, ya que para las potencias europeas como Francia o España, según los saharauis, les es más cómodo no levantar alfombras incómodas y mirar hacia otro lado en los conflictos que atañen a su aliado el monarca Mohammed VI o sus intereses económicos, antes que acabar con un conflicto con miles de refugiados y que podría tomar el peor de los rumbos para los pueblos saharaui y marroquí si volviera la guerra ante la inacción de la política.

Juegos en las dunas de Tindouf, cercanas al campamento de El Aaiun

Pese al conflicto, las señas de identidad de los saharauis, como la hospitalidad y la humildad no desaparecen. El rencor colonial o su antipatía a las monarquías que juegan sobre un mapa con su tierra, lo separan de la acogida y cariño con el pueblo español, así como con el deseo de reconciliación y convivencia pacífica con los magrebíes.

Las haimas saharauis de Tinduf, pese a estar paradójicamente en campamentos de refugiados, son espacios de libertad e inquietud cuando en torno al fuego se prepara el té, siempre como marca el ritmo y las costumbres saharauis en tres rondas: amargo como la vida; dulce como el amor y suave como la muerte.

En torno a esta ceremonia, las horas pasan y pasan en conversaciones sobre la filosofía y las historias del desierto, y por supuesto, en sueños de reencuentro en El Aaiun, Boujador o Dajla. Para la cultura nómada, estos encuentros siempre han sido trascendentales, hasta el punto de que su cultura oral, no se ha empezado a documentar y archivar hasta hace nada, y pese a todo se ha mantenido intacta por el boca a boca de las generaciones que se han ido dando el relevo. Muestra de ello, es que las historias sobre el lugar más sagrado y especial de los saharuis en la región del Tiris, han inspirado la película del joven director Brahim Chagaf, Leyuad.

También, culpa de los lazos que se crean con el ritual del té y la hospitalidad, hace habitual que en los campamentos de refugiados cientos de españoles y personas del resto del mundo visiten y cooperen con los saharauis. Algunos de ellos son grupos como Un Granito de Arena; Nuestra haima; Moviendo Arena; Sáhara Acción Granada o ArTifariti, artistas, médicos, cooperantes o gente normal que no duda en hacer miles de kilómetros para ver a las familias de los niños con los que han convivido a través del programa Vacaciones en Paz.

Precisamente, mi viaje toma unos días de alivio con mi familia saharaui, tras los kilómetros por Túnez y Argelia. Para mí volver al Sáhara, significaba reencontrarme con Hamma, un hermano de corazón como me llamó él hace dos veranos en Madrid y que con su familia, me han hecho un hueco en el Campamento de El Aaiun. Y es que si lo peor de viajar y conocer gente increíble son las despedidas, los reencuentros son muy especiales cuando sabes que llegas a un lugar dónde te van a tratar como en casa, porque lo importante de viajar no es conocer más lugares, sino encontrar gente por la que volver continuamente.

Por Jesús Guerra (@LasPurnas)

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