En Túnez no marchitan los jazmines

El 17 de diciembre de 2010, el centro del mundo no estaba en Nueva York. Por un día, la historia no se marcó en la gran bolsa de Wall Street, que acumulaba titulares rutinarios desde que estalló la crisis de 2008, como tampoco ninguna gran ciudad fue el epicentro ese viernes, de un movimiento que ha derrocado presidentes  y ha encendido calles en los cinco continentes.

Fue una plaza de Sidi Bouzid, una ciudad de 100.000 habitantes en el corazón de Túnez, la que albergó la protesta de la cólera de Mohamed Bouzizi, un vendedor ambulante, que respondió inmolándose cuando le confiscaron el puesto y el género con el que sobrevivía, perdiendo la vida semanas después el 4 de enero de 2011.

Estando a punto de llegar a Túnez, el país que respondió con una solidaridad de cientos de miles de jazmines  a la muerte de Bouzizi y las injusticias del régimen de Ben Ali, siento que  estoy a punto de cumplir el sueño de conocer al pueblo y los protagonistas, que siete años antes desde el instituto me marcaron cuando devoraba las noticias de los periódicos.

No tarda en llegar el contacto con el Túnez de los que levantaron las pancartas por su dignidad en la Avenida Bourguiba en 2011 y en las revueltas del pan en 1984. Tras un primer aterrizaje, en forma de caminata maratoniana, desde el barrio popular de Manar II hasta el centro de la ciudad en la puerta Bab El Khadra, Nabila Hamza, referente y activista por los DDHH y de las mujeres, me invita a salir pitando hacia La Marsa, aprovechando un hueco para charlar, pese a estar en un momento frenético junto a más compañeras preparando la marcha por la igualdad con entrevistas, reuniones y actos.

Compruebo rápidamente, que para encontrar un taxi en la ciudad de Túnez en hora punta, puede ser una tarea bastante ardua, teniendo que poner reflejos y algo de maña local copiada a marchas forzadas hasta dar con uno libre.

Una vez con Hamza, descubro que pese a los golpes que ha recibido Túnez en estos siete años de transición, especialmente con el mazazo del terrorismo y la realidad diaria de la crisis económica, las mujeres han sido y son un pilar fundamental de la llama que mantiene viva la esencia de la revolución de los jazmines. La mujer tunecina, tiene en sus raíces la emancipación, que consiguieron con el Código del Estatuto Personal de 1956, con derechos como la educación obligatoria o el aborto en 1964, por lo que hoy en las universidades, por ejemplo, hay una mayoría de mujeres.

Aun así, como conté en «El impasse político y la desigualdad en las herencias movilizan a las mujeres tunecinas» no consideran que la transición haya traído cambios profundos en el país, y recuerda que temas con controversia como la homosexualidad siguen siendo tabú o promesas como las del Gobierno de Nidaa Tunis, para reformar la Ley de Herencias no se han cumplido, lo que les implica con más razones, según ella, a seguir perseverando en las calles. “Sentimos la necesidad de no rendirnos y no retroceder en derechos o libertades como en otros sitios dónde fracasaron las Primaveras árabes”, confiesa.

Después de 24 horas, con episodio de recoger el pasaporte con el último visado antes de salir para el aeropuerto, últimos preparativos, retrasos, carreras y una noche de escala en París, en la que evidentemente no iba a hacer sino exprimir cada minuto recorriendo sus calles, la fuerza de Nabila y la acogida de la ciudad de Túnez, recompensan todo el cansancio y los nervios de días atrás, cerrando un primer día de “sin miedo a perderse” lleno de vivencias y aprendizaje.

A partir del segundo día, la hospitalidad tunecina, tendrá para mí grabado el nombre de Thamer. Con él, pude conocer a más jóvenes que salieron también en el aniversario de la Revolución de los Jazmines y junto a él también, pude salir de la estación de Tunis Marine, junto a la Gran Vía tunecina que es la Avenida Bourguiba, hasta los barrios pesqueros de La Goleta, donde es imprescindible probar el pescado fresco con platos típicos como la ensalada mechuia o briks.

Muy cerca de La Goleta, se encuentra también el conjunto arquitectónico de Cartago, uno de los enclaves históricos más importantes que se conservan de la época romana, como el Coliseo de El Jem. Y también, a muy poca distancia, se encuentra la villa de Sidi Bou Said.

Los rincones y callejuelas de este pueblo azul, son para dejarse llevar. Pese al alboroto de la rue Hedi Zarrouk, en Sidi Bou Said, se pueden encontrar terrazas de ensueño al Mediterráneo, como en los jardines del Palacio Ennejma Ezzahara, construido hace un siglo por el experto en música árabe, el barón Rodolphe d´Erlanger. Para mí no obstante,  me vuelven a llenar de inquietud y ganar por seguir conociendo Túnez las charlas con Thamer, que son un contacto directo con las aspiraciones de la juventud. Las miradas al Mediterráneo que tenemos frente a nosotros, sacan directamente el tema de cómo muchos jóvenes tunecinos ven como única alternativa emigrar, debido a que la economía tunecina no se ha recuperado de la pérdida del turismo en 2011 y las oportunidades más ambiciosas están más lejos, una historia que recuerda al camino que también han tomado muchos jóvenes españoles.

De esa tarde, me he quedado también, con la pequeña radiografía que me hizo Thamer del sur del país, mucho más tradicional, y de las islas de Kerkennah, destinos a los que iría en pocos días y cuyos consejos me serian de gran ayuda.

Mi último día en Túnez capital, antes de ir al sur, era una ocasión perfecta para poner la filosofía de “Sin miedo a perderse” en funcionamiento. Con el único objetivo de llegar al otro extremo de la ciudad, a la Gare du Sud de autobuses. Así, sin prisa, se descubre mucho mejor los detalles del Parc du Belvedère repleto de familias; el contraste de las avenidas de París y la Liberté con los barrios populares como Bab Alioua con calles estrechas invadidas por los mercados callejeros, porterías improvisadas por los niños en los muros y locomotoras atravesando la circulación, o la sensación de estar en medio de la Avenida Bourguiba, epicentro de la Revolución, entre las estatuas del pilar moral Ibn Khouldn y la columna política de Bourguiba subido a un caballo, y entre las terrazas alegres y eclécticas de la rue Pierre de Coubertin, con las vallas y policías que custodian los edificios gubernamentales a apenas cien metros.

La cercanía del pueblo tunecino se siente en las mesas compartidas de las cantinas y asadores de la Rue Mongi Slim, junto a la Place de la Victoire. Allí, no importa que acudas en solitario. Es natural compartir bebida y comida e interesarse por los compañeros de mesa que van rotando según entran unos y acaban otros, como me pasó con Said, un joven de la ciudad de Monastir, que aprovechó al madrileño para

contarme como era su ciudad, de que vivía y por supuesto, ponerme al día de la Champions League después de la pregunta obligada –“¿Madrid o Barça?”.

En la Avenue Bab Menara, ya de vuelta, después del objetivo conseguido de tener el billete para Qibili, el domingo por la tarde es sinónimo de fútbol y las peñas del Club Africain se llenan para ver a su equipo. Un poco más adelante, por absoluto azar y para volver a sentir los pies, elijo la terraza del Café Dhoula. La curiosidad por el partido, la utilizo en realidad para intentar integrarme dentro y en el bar lleno, Behsalem y Ali, de 20 años ambos, saltan a la vista como mis mejores aliados para ello. Sin duda un acierto, ya que a los dos minutos la conversación y las preguntas recíprocas no se detienen.

Del repaso rápido de la liga y los colores del Club Africain, para ir con la hinchada mayoritaria del Café ante todo, pasamos a hablar de las muchas preguntas que tienen sobre la situación en España y Europa en general. Esto viene de lo que cuentan algunos amigos y conocidos suyos. Jóvenes que por ejemplo, están trabajando en Francia todos los días por salarios irrisorios y conviven con racismo cada día. Estos relatos y el pasado colonial, hacen que tengan una visión negativa del país galo, y de una frustración enorme cuando sienten el odio a lo árabe y su cultura. Su visión con el contexto político tunecino y de la transición es de desconexión, como el de tantos jóvenes con los que Nidaa Tunis no ha conseguido conectar por la falta de oportunidades en el país.

Con el contacto y la amistad de Behsalem y Ali, cierro la primera parte del viaje, a la que ciudad cuando vuelva antes de salir para Argelia, la sentiré como un lugar familiar y de acogida, una ciudad que trasmite belleza, respeto y dónde ante todo, nunca se marchitarán los jazmines.

Por Jesús Guerra (@LasPurnas)

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