La generación tunecina que quiere cambiarlo todo
Han pasado ya 7 años desde que nos sorprendiera a todo el mundo la revolución que se estaba iniciando en las calles tunecinas, la Revolución de los Jazmines.
7 años después del derrocamiento de Ben Ali, la situación de otros países a los que se extendió la Primavera Árabe como Egipto no ha hecho más que empeorar, como también es el caso de Libia o Siria, donde esa fecha significa el comienzo de unas guerras que todavía no tienen horizonte de concluir. La realidad en Túnez no ha acabado en un conflicto armado, de facto, se han registrado centenares de nuevos partidos, desde los islamistas Ennahda a diversos partidos de izquierdas, y sobre el papel de la Constitución laica de 2014, se reconoce la libertad de expresión o de prensa. Sin embargo, la visión de normalidad democrática que el Gobierno de Túnez intenta dar al exterior para recuperarse económicamente de los mazazos que supusieron el terrorismo en 2015 o la devaluación de su moneda, contrasta drásticamente con la visión de la chispa que se mantiene todavía de la Revolución de 2011.
Esta chispa, la siguen formando principalmente jóvenes. Muchos de ellos empezaron su activismo a raíz de la Revolución de los Jazmines y de ahí han engrosado su participación en movimientos sociales como Fech Nastanaw? (¿A que esperamos?) o Manish Msameh (Asociación contra la impunidad).
Thamer, Hamza, Nawres y Anis, son activistas de Fech Nastanaw. A un centenar de metros de la Avenida Burguiba, escenario de las multitudinarias manifestaciones, su respuesta es muy rotunda a la primera pregunta, sobre qué ha cambiado y qué no en Túnez, -“Nada”. El movimiento al que pertenecen surgió tras el anuncio en diciembre de una nueva Ley de finanzas para el país, que según ellos se traduce en una carestía mayor de la vida, desde productos básicos como el pan, hasta el transporte, la gasolina o el acceso a una vivienda. En enero, este movimiento volvió a llenar las calles de Túnez, también en el aniversario de la Revolución de los Jazmines, y precisamente uno de sus símbolos era portar una barra de pan, en referencia a las revueltas de 1984 en el país.
La carestía de la vida, supone para ellos y toda su generación, el no tener posibilidades de llevar a cabo un proyecto de futuro. El salario mínimo en Túnez apenas pasa de los 100€, por lo que se vive también en Túnez el fenómeno de la emigración masiva de jóvenes en busca de un futuro mejor.
La conversación gira entonces a si es posible para ellos volver a levantar una movilización como la de 2011. “Nosotros creemos en nuestra fuerza y nuestra causa, pero con lo vivido en la transición va a ser muy difícil”. Aparecen entonces Emna y Heythem, miembros de Manish Msameh (lucha contra la impunidad) y hablamos de los líderes de la oposición asesinados en 2013, Mohamed Brahmi y Chokri Belaid. Según ellos, la transición no ha llevado consigo un proceso de justicia para reparar las atrocidades, asesinatos y violaciones de derechos del régimen de Ben Ali, sino que se mantiene una impunidad al no haber órganos judiciales que revisen ningún caso o al mantener un 30% de parlamentarios aproximadamente del régimen anterior.
Esa represión la están sufriendo especialmente los jóvenes. Todos cuentan cómo se han censurado mensajes por redes sociales o existe la posibilidad de acabar en prisión todavía por ser activista. Represión, que también se ha manifestado en forma de censura de películas u obras de teatro. El caso más conocido, el de la oscarizada “Call me by your name” por narrar la historia de amor de dos hombres, debido a que la homosexualidad sigue siendo un tabú en Túnez pese a tener una Constitución laica, ya que Ennahda, la coalición de partidos islamistas, forma parte del pacto de Gobierno con Nida Tunis.
El conservadurismo del país y de Ennahda no se siente en la calle Pierre de Couvertin junto a la Avenida Burguiba, repleta de gente joven en terrazas y bares como El teatro de las marionetas, tomando cervezas, vino del país o encendiendo sus cigarrillos, todo en un ambiente muy ecléctico. Pero es inevitable que salga el tema cuando en las próximas elecciones de mayo, es más que probable, que Ennahda se haga con el poder en multitud de pueblos y ciudades, especialmente en el sur y en las regiones limítrofes con Libia.
Antes de despedirnos, Emna, después de una broma sobre que la revolución, también empieza discutiendo en los bares, no solo da la razón, sino que habla convencida de que la mejor forma de resistencia pese a todo es la alegría y contagiarla para que la frustración no se convierta en rabia y odio. Para ella, la alegría que sintió en su primera manifestación en 2011 le marcó para ser activista y le resulta fundamental no solo gritar y luchar, sino cantar, bailar y acompañar para que todo el país se sume al cambio.
Por Jesús Guerra (@LasPurnas)
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