Daniel Plaza: «Creo que es necesario hacer proyectos que involucren a la gente»

Daniel Plaza es un ingeniero español de 27 años. Sí, igualito que muchos otros hasta que sabemos lo que estuvo haciendo unas semanas atrás en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más importante de Burkina Faso. ¿Adivináis?  Daniel estuvo en Burkina Faso trabajando en un proyecto para crear carbón con los residuos del anacardo que ya os hablamos aquí. Hace poco estuvimos con él, recién llegado a España, así que no vamos a dar más rodeos, vayamos directo a la cuestión.

¿Es la primera vez que haces un proyecto de este tipo?

Sí. Llevo ya cuatro años metido como voluntario en Ingeniería Sin Fronteras, pero justo cuando entré los proyectos de cooperación en el Sur estaban parados. Mi experiencia previa fue el verano pasado, estuve un mes de voluntario en Nicaragua gracias a otra asociación de la que formo parte llamada Hermanamiento León (Nicaragua)- Zaragoza. Estuve con una cooperativa de guía turísticos, no tiene mucha relación con la ingeniera, pero allí estuve ayudando a organizar. Me dijeron: “eres ingeniero, mente cuadriculada, ¡Pues a ello!” [ríe].

¿Es cierto que tienes la mente cuadriculada?

Eso dicen. Sí, pero creo que yo cada vez menos. Según donde voy, la gente que me voy encontrando, lo que voy aprendiendo… cada vez veo que es bueno ser lógico, pero hay que dejar que entren cosas y estar abierto a todo. Y en eso me han servido todos los viajes que he hecho. Veo un problema, intenta dividirlo en partes y buscar una solución, aún así no me veo como el típico cabeza cuadrada.

Entremos en materia, ¿cómo surgió el proyecto del carbonizador de cáscaras de anacardos?

Julia Artigas se fue a Burkina a trabajar con una empresa de comercio justo que trabaja con el anacardo y mango seco, ella fue como ingeniera de planta para mejorar todos los procesos que se podían hacer, tanto en la planta como con el tema humano. Por ejemplo, se encargó de implementar unos gasificadores que lo que hacen es, mediante el calor, descomponer la cáscaras de anacardo para reconvertirlas en gas y este gas a su vez se utiliza en la propia producción. También ayudó a implementar una guardería para que las mamás pudieran dejar a sus hijos, Julia se encargó de mejorar tanto el proceso técnico de la producción como el humano.  Aunque estaba fuera ya de la Universidad y en Burkina, mantenía el contacto con sus profesores del departamento de Energía Química de la Universidad de Zaragoza y en una de esas charlas surgió el tema de que pese a conseguir el gas y mejorar los residuos del anacardo, aún seguía habiendo problemas con el resto del anacardo, que además es contaminante.

Y surgió la idea del famoso carbonizador

Sí, fue entonces cuando surgió la idea de crear un proyecto para hacer algo con estos restos. Había que desarrollar otro pirolizador para sacar rendimiento en vez de al gas, al sólido.  Ya estaban los gasificadores, con los que trabajaba Julia, y ahora la cuestión era construir carbonizadores para hacer carbón.

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Foto: Daniel Plaza

Básicamente, este aparato descompone los anacardos en tres materias: sólido (carbón vegetal), líquido (Bio-Oil) y gaseoso. En un principio,  cuando Julia Artigas llegó a Burkina Faso, su objetivo principal era producir gas y reaprovecharlo en la planta. No obstante, con eso solo se aprovechaba una cuarta parte de las cáscaras de anacardo. ¿Qué hacer con el resto del fruto que además es contaminante? Ahí surge la idea de crear un carbonizador que se aprovecha de la pirólisis, quema los residuos, y los convierte en carbón. Un carbón que además es no contaminante y más efectivo.

¿Y cómo llegaste tú a todo esto?

Julia contactó conmigo para dar apoyo y visibilidad al proyecto. Como yo me había especializado en biomasa y bionergía, este puesto encajaba perfectamente conmigo. Había estado trabajando un año como consultor energético, iba a firmar un contrato para más tiempo y con esto, que me encantaba, notifiqué a la empresa que no iba a seguir con ellos porque me iba a Burkina Faso [sonríe].

¿Había inseguridad?

Nunca sabes lo que hay detrás escondido. Burkina Faso es un país mayoritariamente musulmán, 60% musulmán, 30% cristianos y 10% animistas… Sin embargo, me sorprendió la convivencia y el respeto que persiste entre culturas y religiones, incluso diría que más que aquí en España [hace un prolongado silencio].

¿Qué otros aspectos te sorprendieron?

Ya iba un poco predispuesto tras haber estado en Nicaragua. Una de las cosas que te choca es que allí es inconcebible entrar a un sitio y no saludar aunque no conozcas de nada a las personas, se toman su tiempo en preguntarse por la familia o la vida aunque tengan prisa. Allí son más tranquilos, sobre todo con el tema de la puntualidad [risas]. Quedabas a las 7 cuando en realidad quedas a las 8.

¿Y en cuanto al proyecto del carbonizador?

Estuve supervisando y ayudando a construirlo, por lo que estuve con los trabajadores, los albañiles… Hay muchas personas que no hablan francés, ten en cuenta que en Burkina hay como 63 etnias distintas, imagínate. Con mucha gente yo directamente no podía ni hablar, aunque con casi todos los hombres me podía comunicar en francés ya que estos tienen mayor acceso a las escuelas que las mujeres. Generalmente, en la escuela no se les enseña tanto a tener pensamiento crítico, sino a acatar. Aprender el oficio es copiar y copiar. Uno de los propósitos principales del proyecto era construir el carbonizador allí, con materiales de allí y con la gente de allí, de modo que ellos aprendieran a hacerlo solos en caso de que triunfe. Por eso llamamos a soldadores y albañiles de allí mismo, de la calle y por el tema del idioma y el modelo educativo a veces era un poco frustrante el no poder comunicar bien los pasos y que ellos no refuten a nada.

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Uno de los aspectos más curiosos del Carbonizador es que su parte principal, el reactor es un bidón de petróleo corriente. Daniel asegura que una de las prioridades era hacer un proyecto sostenibles y asequible a todos.

Eso te impactó mucho,  ¿no?

Aquí puedes encontrar jefes que si se equivocan, valoran que se lo digas, mientras que allí en general no es así. A pesar de ello, noté muchas ganas y esfuerzo, son personas muy trabajadoras tanto que piensas que si hubiera gente en España con la misma energía y ganas fuera otra cosa.

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¿Cuántas personas estuvisteis trabajando en esto?

Estaba en un rinconsillo de la empresa Fullwell Mill con Julia y, en Zaragoza estaba un grupo de investigadores y  profesores de la Universidad, que eran un poco como nuestro consejo de sabios [sonríe]. Ellos nos dieron todas las facilidades e información que podían. La cuestión es el tema de Internet y los datos, si había tormenta al día siguiente no tenías red, los cortes de luz, etc, podías tardar cuatro días hasta mandar un informe.

¿Te ayudó a trabajar la incertidumbre y la impaciencia?

He aprendido a aprovechar los momentos, a planificarme para hacer las cosas por escala de prioridades.  Profesionalmente aprendí a hacer de todo, como hace la gente allí, a buscarte la vida. Tienes muchos imprevistos, el clima, el tiempo, los recursos… Ahora soy mucho más resolutivo.  No aprendí técnicas de ingeniería muy avanzadas, pero otras sí. También me he dado cuenta de que a lo malo es fácil volver, como mirar todo el rato el móvil. Yo allí tenía un Nokia de esos básicos y se estaba bien [ríe]. Pero aquí vuelves y enseguida te enganchas a la rutina.

¿Has sentido el síndrome del voluntario al volver?

Bueno, te molesta ver gente amargada por cosas, necesidades no básicas, cuestiones materiales por las que podrían estar todo el día enojados. Nada más volver, cuando fui a una consulta médica, te encontrabas a gente en los pasillos quejándose por lo tarde que iba el médico y no se dan cuenta de que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Tú mismo te ves que es muy fácil volver a esa mecánica, con el móvil, la superficialidad… pero allí la gente es feliz con nada. Si todo el mundo tuviera las necesidades básicas cubiertas, pues igual podrían ser incluso más felices.

«En Burkina aprendí a no darme mal y a disfrutar de las cosas pequeñas, allí lo saben hacer mejor que en España y es una de las cosas con las que me quedo».

Dices que una parte de ti se quedó allí…

Entré a trabajar en este proyecto en febrero y me he dedicado completamente. Antes de ir estuve estudiando el proceso de pirólisis, haciendo esquemas y el diseño, y al llegar a Burkina hicimos la práctica. Tuve que coordinar múltiples aspectos, estaba casi cada día en la construcción, los vínculos con la gente y las horas que he invertido hacen que mi trabajo no fuese solo apretar un tornillo… Sí, una parte de mí se quedó allí. Cuando estudiaba ingeniería industrial a veces no veía la aplicación directa  a las personas, pero en esta experiencia estuve incluso hablando con las mujeres que se pueden beneficiar del carbón. No es como diseñar un coche que no sabes quién va a conducir, le pones nombres y caras a esas personas y eso hace que valga más la pena y que te sientas más parte de ello.

No es de extrañar que sigas muy pendiente aun a distancia

Sí, que me mantengo en contacto para saber cómo sigue funcionando. Aunque oficialmente ya no trabajo tengo un vínculo personal con el proyecto.  En principio estamos obteniendo buenos resultados. Y el resto se sabrá cuando se publique el informe. Los resultados están siendo buenos, tanto Julia como yo estamos contentos, nos gustaría que esto continúe.

¿Por qué es importante este tipo de proyectos?

Creo que es necesario hacer proyectos que involucren a la gente. Precisamente en este tema ha habido mucho debate; es tan importante crear proyectos de este tipo como consumir de una manera responsable que no afecte al resto de países. Hay muchas personas jóvenes allí que están esperando proyectos como estos para crecer.

¿Volverías?

No sé si volveré seguro, pero no me importaría volver a África occidental . Como profesional e ingeniero joven allí hay muchas cosas por hacer y muchas oportunidades que aprovechar.

¿Burkina en una palabra?

Honestidad.

Por Flor Medina (Fsilvestre5)

 

 

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