Mujeres. Afganistán llega a Zaragoza de la mano de sus autores y una de sus protagonistas
Gervasio Sánchez y Mónica Bernabé presentaron en la ciudad aragonesa el trabajo de seis años que denuncia la violencia generalizada contra las mujeres afganas.

De izquierda a derecha: María Cilleros (Coordinadora de ASDHA), el fotoperiodista Gérvasio Sánchez y la política afgana, Azita Rafaat
Flor M./ “La mayoría de las mujeres en Afganistán viven en las zonas rurales y sus vidas no han cambiado, han nacido en el silencio y morirán en el silencio. Creen que ese es su destino porque ha sido así generación tras generación”. Estas son las palabras de Azita Rafaat, exparlamentaria y política afgana que acompañó a Gervasio Sánchez y a Mónica Bernabé durante la presentación del libro Mujeres. Afganistan, el pasado 3 de noviembre en el Centro de Historias de Zaragoza.
No están allí, pero sus historias se pueden leer, incluso sentir en sus ojos. Mujeres. Afganistan es el trabajo de seis años en el que Sánchez y Bernabé dan cara y voz a 200 mujeres, victimas del silencio y la violencia machista en Afganistán.
Los autores afirmaron haber tenido que realizar un ejercicio profundo de ética, para mostrar una realidad silenciada sin recalentar los estereotipos extendidos en las sociedades europeas sobre las mujeres de países orientales.
“Ojala esta situación sirva para cambiar su idea de lo que es Afganistán y que abandonen esa idea plástica de las mujeres bonitas bajo un burka”- deseó Gervasio Sánchez durante el inicio de la presentación.
Sánchez remarcó que el objetivo no está en mostrar mujeres ocultas bajo un burka, sino denunciar el maltrato que se produce dentro de las familias afganas. “Queríamos hacer un proyecto con mujeres con nombres, mujeres adultas y niñas que quisieran contar la historia de sus vidas, la historia del drama, la que subyace en medio de toda una fabricación de la realidad.”
A pesar de que desde 2002, con la caída del régimen talibán, las mujeres pueden liderar cargos públicos y salir de sus casas, la verdadera historia es que muchas de estas mujeres siguen bajo la violencia y a puertas cerradas, lo que favorece la impunidad. De los casos registrados, el 42% de las mujeres sufren malos tratos.
Bernabé, coautora del libro y periodista afincada desde hace 8 años en Afganistán, afirmó que la violencia contra las mujeres en los hogares de ese país es, sin temor a equivocarse, mucho más brutal y bestia que la violencia impuesta por el régimen talibán.
Cobró vital relevancia la presencia de Azita Rafaat. Aunque es una mujer resuelta y activa en el mundo de la política y la lucha por los derechos de las mujeres de su país, Rafaat es también víctima de la crueldad machista.
Hasta el año 2009 no había una ley que penara las agresiones domestica porque se pensaba que era una situación en la que nadie tenía que intervenir.
Azita Rafaat es la primera hija de una familia de clase media. Con la llegada del régimen talibán a Afganistán (1992-2001) su padre, escritor y profesor de universidad, la obligó a casarse con su primo hermano cuando apenas estaba en secundaria. Desde entonces, Rafaat ha sufrido y sufre el calvario de ser mujer en un país donde los derechos del sexo femenino quedan relegados al de los hombres.
“En mi habitación tenía una pared llamada ‘la pared de la esperanza»- recordó Rafaat durante su ponencia – «soñaba con ser doctora, ministra de interior y ser la primera embajadora mujer de Afganistán”. Rafaat se esforzó para realizar su sueño, con la cobertura de su padre consiguió formarse y convertirse en la primera de su clase. Pero todas sus aspiraciones se congelaron.
Rafaat se convirtió en la segunda esposa de su primo. Cuando se mudó con su familia tuvo que ceñirse a la voluntad de su marido y la familia de este. “sufría palizas, no había suficiente comida, no podía levantar la voz. En aquella casa las mujeres éramos tratadas como animales”.
Rafaat aprendió que la dignidad de una familia giraba en torno a tener un hijo o no. En medio de esa situación de sufrimiento, Azita Rafaat concibió cuatro niñas, todas rechazadas por su suegra que asimilaba la situación con vergüenza.
“Cuando nacieron mis primeras hijas gemelas, recuerdo que lo primero que hizo mi suegra fue taparse la cara y decir que cómo podía ir al pueblo y contar que la segunda mujer de su hijo, con un buen cuerpo, joven y saludable había dado a luz otras niñas”. Rafaat tuvo dos hijas más, todas rechazadas.
Como muchas mujeres mostradas en la obra, Rafaat intentó suicidarse hasta en tres ocasiones. “Por suerte Dios me devolvió la vida y pensé en mis hijas, ya que no puedo cambiar mi vida, al menos lucharé para cambiar la vida de mis hijas”, declaró.
Fue en este momento que Azita Rafaat empezó su personal campaña contra el machismo y creó una escuela clandestina para niñas durante el régimen talibán. A pesar de los golpes recibidos por su marido al querer iniciar cambios en su propia casa, Azita continúo y halló su propia libertad a través de su lucha.
Trabajó como intérprete y dio clases de inglés e informática a niñas y mujeres. Su marido accedió a que se convirtiera en diputada en Kabul a cambio de 500 dólares al mes. En la actualidad, Rafaat paga a su esposo 1000 dólares al mes para poder ejercer su carrera política y luchar por un cambio en la vida de sus hijas.
“Espero que sacrificando mi vida, la de mis hijas pueda ser mejor y la de muchas mujeres que mueren en silencio sin apenas levantar la voz”
Rafaat no se divorcia de su marido porque la ley afgana establece que tras una separación, la custodia de los hijos se la queda el padre.
“Me mantienen viva y fuerte mis hijas y la esperanza de que la situación cambie en Afganistán. Soy optimista y hago lo que puedo para cambiar mi futuro y el futuro de mis hijas.”
Como afirmaron los ponentes del evento, falta un largo camino por recorrer, pero lo que sí pueden hacer la comunidad internacional es exigir que el dinero enviado por el Gobierno a Afganistán se invierta en realidad a cambiar la situación de las mujeres y los niños.
El proyecto es una iniciativa de la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán y consta de una exposición en Barcelona y un libro con todas las imágenes realizadas por Gervasio Sánchez y las historias contadas por Mónica Bernabé.
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